Estaba sentada en el medio de una plaza en Juliaca, sintiendo de pronto que estaba en una ciudad sucia, desordenada y sin ningún tipo de orden. No podía seguir avanzando porque el barro de la lluvia anterior se metía entre mis pies, las calles estaban bloqueadas de tanto comercio, y debía arriesgar un poco para caminar por la calle. Desde mi visión esta ciudad experimentaba una suerte de anomia social… hasta que empecé a entender mejor cómo un juliaqueño se sentía con su ciudad, y cómo concebía la modernidad y desarrollo en sentido distinto al mío, o quizás, en un sentido cuestionador al que yo, limeña y miraflorina de adopción, tenía en ese momento.
Tal vez para mi la modernidad era un concepto ligado al ordenamiento social, citadino y urbanístico. “Moderna es una ciudad con infraestructura y con capacidad de disfrute y ocio para sus habitantes”. En mi entender, estaba juzgando, prejuzgando y hasta estereotipando a los ciudadanos de otra región del país. La modernidad para un juliaqueño dista mucho de ser entendida en términos únicamente urbanísticos y tiene que ver más con una actitud valiente de seguir progresando en medio del caos en el que su ciudad o sus gobernantes pueden estar. Es una actitud de no parar, de seguir moviéndose, de crecer y de comercio férreo, es decir, de buscar oportunidades allí donde otros no la ven; y también de poner el orgullo no en la ciudad (sus paredes, pistas o postes) sino en su propia capacidad comerciante, hacedora y conquistadora de nuevos territorios. “Allí donde Puno danza, Juliaca avanza”, “hasta las piedras se venden en Juliaca”, “somos la ciudad de la furia, de los vientos fuertes, y de los comerciantes más exitosos del país”. Así resumía mi visión de Juliaca luego de varios días entendiendo su realidad, conversando con sus comerciantes, visitando sus casas, y por supuesto, recogiendo sus historias.
Aprendí a valorar lo que tal vez no estaba viendo, y también a mirar el mundo con otros ojos. No voy a decir que disfruté caminar en la ciudad porque no sería cierto, pero creo que empecé a valorar más el carácter aguerrido del juliaqueño. Si bien inicialmente mi cliente y yo pensábamos que no existía arraigo en la ciudad y que estábamos en la ciudad con mayor informalidad/desorden, terminamos convencidos de que la verdadera fuente de autoestima estaba en su movilidad social. El juliaqueño entiende lo moderno no como estado estático (aferrarse a un solo lote/casa/negocio) sino como un estado permanente de fluir, de migrar, y de conquistar nuevos territorios, lo que lo hace siempre estar dispuesto al cambio, y tener por supuesto su mirada en la conquista de nuevos terrenos físicos, comerciales y mentales. Estamos frente a un guerrero.
En el ámbito de los negocios, es común pensar que el mundo termina donde acaba nuestra zona de confort mental, es decir, hasta donde conocemos. No nos gusta salir del closet mental en el que nos encontramos, muchas veces preferimos quedarnos encerrados en nuestro círculo de conocimiento/poder y no arriesgarnos a desafiarlo o cuestionarlo. Por eso me gusta decir que las empresas y empresarios necesitamos salir más, conocer más, arriesgar más y sobretodo, (nos gusta encerrarnos). Necesitamos desnudar más la mente de prejuicios, estereotipos y paradigmas limitantes sobre las personas y la sociedad.
El prejuicio nos abruma, nos constriñe, nos limita.
Solemos prejuzgar al otro porque no entendemos el mundo o tal vez pretendemos creer que nuestra mirada es la única, la más importante o la “verdadera”. Dos sucesos que tuvieron lugar esta semana en uno de los barrios de mayor desarrollo urbanístico y económico de la ciudad lo reflejan. Me detendré un toque en ellos para graficar este estatismo mental.
Personas como la señora de San Isidro en el Parque El Olivar aparentemente fastidiada porque “vecinos de otro lugar” estaban “maltratando el monumento que todos los vecinos cuidaban” es una demostración de lo poco receptivos e intolerantes que nos estamos volviendo. Cuando la periodista le preguntó a la dama cuál era el daño concreto que los niños estaban haciendo en el parque sostuvo que estaban pisando el césped y que eran muchos….esto sin duda es objeto de debate. Nadie podría cuestionar la pertinencia de cuidar un bosque como El Olivar pero el solo hecho de pedir DNI (¿para averiguar distrito de procedencia quizás?) y hablar de zonas públicas restringidas o privadas habla de la gran dificultad que tenemos algunos limeños para convivir en la diferencia. De igual forma, el señor que en su auto BMV pretendía ir hacia la Javier Prado en contra y que fue filmado por otro conductor en falta, siendo objeto de insultos, amenazas, escupitajos y hasta un rastrillaje de arma de fuego, es una demostración de lo poco que estamos acostumbrados a ceder espacios, respetarlos, incluir o tolerar al otro, al diferente, al que no es de la zona, al que simplemente nos parece AJENO.
Esta dificultad es la misma que muchas veces vemos en el ámbito social la vemos en el ámbito empresarial cuando una compañía de tiendas por departamento como Saga Falabella falla en su comunicación al querer mostrar un comercial de colchones y terminar generando un debate sobre el racismo en la publicidad peruana. El hecho absoluto que se cuestione la aparente “sensibilidad” de la gente y el exceso de celo de algunos “que ven racismo donde no lo hay” habla mucho de la normalización de estos prejuicios o el pensamiento de muchos de tender a obviar la ingente discriminación que vivimos los ciudadanos de Lima todo el tiempo. Personalmente creo que no hubo intencionalidad de afectar honras o generar un daño pero creo que no se pudieron advertir las zonas de peligro por estar ciegos a una gran realidad social: el Perú es un gran crisol de razas, sangres y culturas con sus encuentros, desencuentros y conflictos. Si vivimos únicamente en la zona de poder/confort, seremos incapaces de verlo o tal vez de empatizar con quienes los experimentan día a día. Si todos los días nos dirigimos en auto hacia nuestros trabajos, estos se encuentran a relativa poca distancia de nuestros hogares, y nos movemos en los mismos lugares es posible que sintamos “exageración” cuando alguien más se queja. No podemos ser capaces de entender al otro o empatizar con el otro. Por eso es importante pasar de entender al otro a caminar sus calles, de dejar los escritorios y empezar el viaje. Sumar al Big Data, el Street Data.
La psicología del prejuicio: nuestro desconocimiento o ignorancia
Cuando dejamos la zona de confort, mejoramos como seres humanos. Como decía Ignacio Martin Baro, uno de los padres de la psicología de la liberación, “el reto es construir una persona nueva en una sociedad nueva”. No podemos ser buenos profesionales sino somos ante todo buenas personas, y procuramos un “Mundo Justo”. No podemos ser indiferentes a los problemas sociales. El origen del conflicto humano es la incomprensión, y esta se alimenta de la ignorancia social y cultural. Algo que bien harían los directorios, gerencias y equipos de trabajo en empezar a cuestionar y reaprender.
En 1954 uno de los padres de la psicología social, Gordon Allport publicaba “La naturaleza de prejuicio” sentando las bases teóricas para el estudio del conflicto en las relaciones humanas y que tiene su origen en los problemas de integración de la comunidad judía en Estados Unidos. En su definición Allport sostiene que el prejuicio es «una actitud suspicaz u hostil hacia una persona que pertenece a un grupo, por el simple hecho de pertenecer a dicho grupo, y a la que, a partir de esta pertenencia, se le presumen las mismas cualidades negativas que se adscriben a todo el grupo” (Allport 1979: 7). En esta definición se deja en claro que el prejuicio no es genético sino aprendido, y que todos los seres humanos desarrollan algunos en el proceso de crianza. Es decir no forma parte de nuestra personalidad (como rasgo) sino de nuestro accionar social.
De igual forma, Elliott Aronson, uno de los cien psicólogos más influyentes del siglo XX sostenía en su obra “El animal social” que incluso las personas psicológicamente sanas pueden llegar a conductas tan extremas como actos violentos y tener prejuicios arraigados. No se trata, por tanto, de un desequilibrio psicológico sino de una respuesta ante ciertas variables situacionales. Aronson llegaba a la conclusión que ciertas variables situaciones pueden hacer que muchos adultos “normales” se comporten en modo indeseable”. Cuando ciertas conductas nos parecen indeseables y chocan contra nuestras creencias personales generan sensación desagradable (disonancia) por lo que tendemos a justificar la crueldad, o el prejuicio negativo contra estas poblaciones. En los casos de la violación por ejemplo, tendemos a juzgar que la mujer “lo ha provocado” porque llevaba minifalda o coqueteaba. Culpar a la víctima muchas veces hace que los demás se sientan protegidos y seguros, como bien lo estipulaba Melvin Lerner, uno de los padres de la Teoría de la Atribución. En sus estudios Melvin sostenía que las personas necesitamos creer que vivimos en un mundo justo, por tanto cuando sucede un acto incomprensible tenderemos a pensar que “la gente tiene lo que se merece”. Si una persona sufre o es castigada nos es más cómodo pensar que ha hecho algo para merecerlo. Esto es claramente un error peligroso de la mente humana pero nos da un falso sentido del control y de seguridad. Tendemos a atribuir y juzgar al otro en lugar de analizar los hechos objetivos. Para reducir la disonancia necesitamos creer que se recompensa a los buenos y se castiga a los malos.
Desde la perspectiva psicológica, estos prejuicios se dan puesto que las personas estamos motivadas a tomar decisiones rápidas y a actuar en consecuencia. En lugar de experimentar por nosotros mismos la realidad, dependemos de juicios de valor, conceptos y paradigmas de otros que asumimos como verdaderas, y entonces no verificamos su veracidad y generalizamos. “las mujeres con minifalda son sexualmente abiertas”, “los niños de colegio nacional no saben cuidar un bosque como El Olivar”, “los vecinos que no son de San Isidro no saben cuidar el parque ni valorarlo”, “los conductores de buena apariencia y buen auto son esencialmente bien educados” (ya vimos que podemos estar equivocados), etc.
De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española el prejuicio es definido como “acción o acto de prejuzgar, es decir, decisión prematura acerca de algo que se conoce mal”. En suma, es producto de nuestra ignorancia, de nuestra falta de conocimiento y por supuesto de nuestra escasa intención por entender realidades distintas a la nuestra. Por eso es tan importante dejar de ver el mundo desde nuestros escritorios, desde nuestra realidad.
Las mejores historias no están en una tabla de Excel #PisaLaCalle
Espero que esta pequeña reflexión nos ayude a realizar un cambio y que podamos los ciudadanos y profesionales establecer marcos de acción más justos. Necesitamos “descongelar las creencias”, reconocer la necesidad de cambio y empezar un desaprendizaje doloroso, difícil pero de seguro sanador en nuestra sociedad. Como lo decía Kurt Lewin, considerado el fundador de la psicología social, “para entender un sistema hay que intentar cambiarlo porque el aprendizaje es más efectivo cuando es un proceso activo en lugar de pasivo.”
Gracias!
Cristina Quiñones.
Psicóloga Social prestada al mundo empresarial y de consumo (por ahora).
Fuentes:
El libro de la Psicología. 2012. Grandes Ideas. Explicaciones Sencillas. Cosar Editores. Este libro es realmente excepcional y lo recomiendo a los que no son psicólogos.
Del Olmo, Margarita “Prejuicios y estereotipos: un replanteamiento de su uso y utilidad como mecanismos sociales” Departamento de Antropología CSIC. España. XXI. Revista de Educación, 7 (2005). ISSN: 1575 – 0345. Universidad de Huelva. http://rabida.uhu.es/dspace/bitstream/handle/10272/1957/b15162084.pdf?sequence=1
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